Señor, ¿cuál es mi talento?

Descubrir cuál es nuestro talento y trabajar en su favor no es tan sencillo.

En las profesiones artísticas ese camino suele virar y retorcerse hasta dar o no en la diana.

Pienso en la preciosa Maite Dono en aquella época en que estudiábamos Arte Dramático y todos creíamos haber acertado con nuestra vocación. Ella, un día, nos sorprendió cantando. Y cantaba de tal manera que todos dijimos: ¡tienes que dedicarte a esto! Parecía un comentario poco halagüeño viniendo de sus compañeros de interpretación, pero era el grito egoísta de los que queríamos volver a oírla cantar.

Y es que, cuando un talento se nos impone, adquirimos el compromiso moral de ponerlo a disposición de los otros.

He visto alguna compañía teatral con auténtico talento para la comedia que, después, ha investigado otras facetas. Y siento ese grito egoísta que dice: ¡Por favor, por favor, hacedme reír una vez más!

Y es que el compromiso con el talento no debería ser sólo con los otros sino, en primer lugar, con nosotros mismos. O, en el caso de una organización, empresa o compañía, hacia sus propios miembros. Es decir, hagamos que los integrantes de la compañía vivan de esto doce meses al año, plantemos cara a los mejores, exploremos el arduo y chungo camino del éxito y, después, una vez afianzados, saquemos los pies del tiesto y pongámonos de nuevo a prueba.

¿Qué sería de nosotros si Groucho Marx hubiese decidido explorar tempranamente su talento para el drama? O ¿si Leonard Cohen hubiese decidido un día cantar rancheras?  Y por otra parte, ¿qué sería de nosotros si tantos y tantos artistas (se admiten ejemplos) no hubiesen salido de su zona de confort, arriesgando, fallando o triunfando?

El camino es duro y la voz que nos habla se escucha débil.

Quizá la clave, como en todo, esté en dar con el momento apropiado para el quiebro.

Y puede que, en la sociedad actual, el timing sea sedúceme, fidelízame y solo más tarde te daré un margen.

Mi lavadora

Mi lavadora es una guarra. Llámame retrógrada pero si una máquina está hecha para ser limpia es lo que espero de ella.

Esta mañana me la he encontrado en el lavadero tumbada boca arriba con los bajos al aire, como abierta de patas. En realidad, todo por culpa mía. Anoche estuve hasta altas horas metiéndole mano impunemente. Intentaba descubrir el motivo de que no evacue el agua. Aún lava, pero, como si tuviese estreñimiento, retiene los detritus y el proceso natural no acaba.

En un intento desesperado me ha escrito en su pantallita un código de error que confirma mis peores sospechas: aquel ruido no era normal. Quiero cambiarle el motor como quien hace un trasplante a corazón abierto pero me falta el instrumental y la pericia necesarias. Me niego a llamar a un profesional porque parece ser que el hecho de que venga a casa es gratis, pero si quieres que se vaya tienes que pagarle. O bien por el arreglo o bien por venir a dictar en persona una sentencia de muerte: “Señora, esta lavadora no vale la pena arreglarla” No quiero que mis electrodomésticos oigan esas duras palabras. A lo mejor se trauman y al microondas le da por echar humo o el congelador escupe hielo por la boca. Son muy capaces. Los he visto hacer cosas peores.

Tengo a un amigo enviándome tutoriales donde te hablan de cojinetes, ejes axiales y otras barbaridades. Me desconciertan. Creo que iré a llorar a la ferretería. Al menos allí los consejos son como en el confesionario, gratis y solo ligeramente interesados.

Me resisto a renunciar a mi lavadora aunque se haya vuelto pelín guarra. Antes debería devolverme todos esos calcetines que me faltan.

Llegando al personaje. El extraño modo fast and furious.

Patricia Barrios es una de las protagonistas de «Libros Cruzados» una magnífica obra teatral inédita de Antonio Tabares. Hace unos meses tuve la suerte de participar en el curso «Teatro en construcción» patrocinado por Aisge y Netflix e impartido por el director y autor Sergi Belbel. Sergi es un ser cargado de talento y entusiasmo así que el primer día se presentó con el texto de «Libros cruzados» bajo el brazo decidido a ensayar y grabar la función en solo tres semanas. Sin conocer personalmente al grupo de actores y actrices que allí estábamos ya había hecho su reparto. Nos dijo que había decidido trabajar esta función poniendo todas nuestras fotos sobre una mesa y preguntándose: ¿qué hago con este grupo de seres humanos? Decidió que el texto de Toni Tabares era la respuesta.

Fue desgranando brevemente la trama, los personajes y el actor o actriz que interpretaría cada uno de ellos. Yo temblaba esperando que pronunciara mi nombre. Deseaba una de las protas, llámame tonta pero si no sueño grande el universo no me escucha y aún así a veces se hace el sordo. Pero esta vez debí haber orado muy fuerte porque oí mi nombre de pila por partida doble: Patricia Barrios lo hará Patricia Santos. Casi enciendo otra vela al universo en ese mismo momento.

Mi nombre y el del personaje no eran la única coincidencia, también su novio que se convertiría en ex tenía el nombre de una de mis exparejas. Cuando llegué a casa se lo conté a mi hija adolescente y dijo: «Fuck, mami, ese personaje está hecho para ti». En un trabajo plagado de rechazos e incertidumbres es agradable pensar que una niña de 12 años pueda tener razón. Quizá fuese por esa idea tranquilizadora que conecté de forma casi automática con el personaje. Se produjo el match aunque en la interpretación no es tan fácil de conseguir como en Tinder. El flechazo entre actriz y personaje es como cualquier otro flechazo, algo que todos esperamos sentir pero que no podemos forzar ni evitar cuando se produce.

 En general nos acercamos a los personajes desde el intelecto. Los estudiamos, los analizamos, pensamos e hipotetizamos sobre lo que hicieron, lo que harán, sus razones…hasta establecer su carácter.

Lo mío con ella no vino por esa vía. Creo que la comprendí desde las tripas, desde el sexo, desde las motivaciones más inconscientes.

Si el personaje fuese una persona y tuviese un alma creo que se dio ese destello de conocimiento en el que crees tocar el alma de alguien.

Por eso estoy absolutamente convencida de que el personaje se adaptaba a mí y yo a ella de una manera orgánica. Ya mi piel podía ser su piel, mi pelo su pelo. Mis gestos habían encontrado la música de los suyos.

Esa seguridad, esa tranquilidad, esa mímesis te da energía y calma para crear. Con pocas inseguridades, más bien búsquedas pero sabiendo que estás en el camino correcto. Sintiendo que tienes voz propia en el proceso de creación, una voz más entre el coro que compone todo el equipo, feliz de cantar esa canción.

Pocas veces podemos acceder a los personajes por esa vía. Quizá sea una vía a explorar, para llegar a ellos desde otros lugares, no solo intelectualmente. No hacer de, sino ser, por un instante. El instante de la ficción.

Prometo portarme mal hasta que llegue el próximo flechazo.

TRAS EL DERRUMBE

Después de la explosión, cuando se asienta la nube de polvo, cuando los ojos intentan descifrar el desastre, la mente confronta lo que había y lo que hay.

Los sentidos envían nueva información al cerebro, que se ve obligado a sustituir la vieja imagen por una mucho más imperfecta.

Las formas se han roto. Lo que era ya no es y es algo nuevo y amorfo.

El caos ante mí.

Hay un momento clave en el que el proceso de redefinición aún está en marcha. Las cenizas aún queman y la tierra aún cruje dolorida. Entonces, victimas del shock pensamos: “No quedará nada”.

Y la esperanza, aquella rezagada de la caja de Pandora, nos enfrenta a la nueva realidad.

Y cuando empezábamos a sentirnos cómodos en el dolor, ella viene a sacudirnos la conciencia y nos muestra un pequeño ladrillo aún en pie.

Sólo uno. Pero suficiente para recordarnos que, cuando retiremos los escombros, habremos de empezar la nueva tarea de reconstrucción.

¿Teatro para entendidos?

A veces tengo la suerte de acudir al teatro con personas con un criterio claro en temas de política, sociedad o economía, sin embargo, al salir, si se han aburrido siempre hacen el mismo comentario: “No me hagas caso, yo no entiendo de teatro” ¡Vaya! ¿Por qué tan poca confianza en su propia opinión? Nunca he oído a nadie decir “Me fascina La Gioconda, pero no me hagas caso, yo no entiendo de arte”

El test de todo espectador debería contestar a una pregunta clara ¿Me ha gustado?

Y después a una serie de sensaciones: ¿He desconectado de mi pequeño mundo durante la función? ¿He reflexionado?  ¿He disfrutado aunque sea masoquistamente? ¿Me he emocionado? ¿He salido con ganas de cambiar el mundo, o mi vida o mis creencias? ¿Seguiré pensando en todo esto mañana?

Todos sabemos las respuestas a estas preguntas porque el teatro no es para la gente que entiende de teatro. El teatro es para la gente.

Hay unos espectadores implacables que son los niños y niñas. A ciertas edades acostumbran a ser bastante dependientes y demandantes, pero júntalos en un teatro a ver El Petit Príncep, por ejemplo, y parecen olvidarse de que tienen pis o quieren agua, ni siquiera quieren decirte una cosa, mami, porque se mantienen en un increíble silencio. ¿Me fío de su criterio? ¿O son demasiado pequeños para entender de teatro?

Si con pocos años tenemos claro lo que nos gusta mantengamos la confianza en que siempre seguirá siendo así.